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. ¿Te encuentras bien? le pregunte.Aún no lo había oído hablar y sentía curiosidad por saber si podía hacerlo. Creo que sí contestó con un gruñido.Tenía la voz ronca y me costaba entenderle.No comprendí si tenía alguna dificultad de lenguaje o sisencillamente estaba cansado y aturdido.Él seguía mirando alrededor para asegurarse de que losdemás se habían ido.Entonces se me ocurrió pensar que, a lo mejor, Trot había fingido un poco.Yempecé a admirarlo. ¿Le gusta el béisbol a Tally? le pregunté; era una de las cien preguntas que pensaba formularle.Creía que sería fácil de responder, pero a él le pareció demasiado y volvió a cerrar los ojos, se tumbóde lado, dobló las rodillas a la altura del pecho y se quedó nuevamente dormido.Una suave brisa agitaba la copa del roble.Encontré un herboso lugar a la sombra del árbol y al ladodel colchón, y me tumbé.Mientras contemplaba las hojas y las ramas de arriba, pensé en mi buenasuerte.Los demás estaban sudando bajo el sol mientras el tiempo pasaba lentamente.Por un instante,traté de sentirme culpable, pero no lo conseguí.Mi suerte era provisional, sencillamente, y por lotanto, decidí disfrutar de ella.Tal como estaba haciendo Trot.Mientras él dormía como un bebé, yo me puse a contemplar el cielo,pero muy pronto el aburrimiento se apoderó de mi.Me dirigí a la casa en busca de mi guante debéisbol y una pelota.Me puse a hacerla botar cerca del porche de la entrada principal, pasatiempo alque podía dedicar horas.En determinado momento, recibí diecisiete pelotas seguidas.Trot no abandonó el colchón en toda la tarde.Dormía, se incorporaba y miraba alrededor y despuésme miraba por un momento.Si yo intentaba trabar conversación con él, se tumbaba de lado y seguíadurmiendo.Por lo menos, no se estaba muriendo.La segunda baja fue Hank.A última hora del día se acercó con paso cansino, quejándose del calor.Explicó que tenía que echar un vistazo a Trot. He recolectado ciento cincuenta kilos dijo, como si eso fuera a impresionarme.Después, elcalor ha podido conmigo.Tenía el rostro enrojecido por el sol.No llevaba sombrero, lo cual constituía una buena muestra de suinteligencia.En los campos, nunca se debía ir con la cabeza descubierta.Dirigió una rápida mirada a Trot, después se encamino hacia la parte posterior del camión y empezó arebuscar entre las cajas y los sacos igual que un oso hambriento.Se llevó un bizcocho a la bocaza y setumbó bajo el árbol. Tráeme un poco de agua, chico rezongó ásperamente dirigiéndose a mí.La sorpresa me impidió moverme.Jamás nadie de la montaña nos había dado órdenes.No sabía quéhacer, pero él era mayor y yo sólo un niño. ¿Cómo dice, señor? ¡Que me traigas un poco de agua! repitió, levantando.la voz.Estaba seguro de que debían de tener agua entre sus cosas.Me encaminé torpemente hacia su camión.Mi gesto provocó su enojo. ¡Agua fría, chico! De la casa.¡Y date prisa! Llevo todo el día trabajando.Tú, en cambio, no.Me dirigí corriendo a la casa y entré en la cocina donde Gran guardaba en el frigorífico una jarra decuatro litros de agua.Me temblaban las manos cuando eché agua en un vaso.Sabia que, cuando locontara, se armaría jaleo.Mi padre intercambiaría unas cuantas palabras con Leon Spruill.Le ofrecí el vaso a Hank, quien lo apuró rápidamente, hizo un chasquido con los labios y dijo: Tráeme otro vaso.Trot se había incorporado y estaba contemplando la escena.Corrí a la casa y volví a llenar el vaso.Cuando lo hubo apurado, Hank soltó un escupitajo a mis pies.21John Grisham LA GRANJA Eres un buen chico dijo, lanzándome el vaso.Yo lo atrapé. Y ahora, déjanos en paz añadió, tumbándose sobre la hierba.Me marché a la casa para esperar a mi madre.Uno podía terminar a las cinco, si quería (era la hora en que Pappy regresaba con el remolque) o podíaquedarse en los campos hasta el anochecer, como hacían los mexicanos, cuya resistencia eraextraordinaria [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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. ¿Te encuentras bien? le pregunte.Aún no lo había oído hablar y sentía curiosidad por saber si podía hacerlo. Creo que sí contestó con un gruñido.Tenía la voz ronca y me costaba entenderle.No comprendí si tenía alguna dificultad de lenguaje o sisencillamente estaba cansado y aturdido.Él seguía mirando alrededor para asegurarse de que losdemás se habían ido.Entonces se me ocurrió pensar que, a lo mejor, Trot había fingido un poco.Yempecé a admirarlo. ¿Le gusta el béisbol a Tally? le pregunté; era una de las cien preguntas que pensaba formularle.Creía que sería fácil de responder, pero a él le pareció demasiado y volvió a cerrar los ojos, se tumbóde lado, dobló las rodillas a la altura del pecho y se quedó nuevamente dormido.Una suave brisa agitaba la copa del roble.Encontré un herboso lugar a la sombra del árbol y al ladodel colchón, y me tumbé.Mientras contemplaba las hojas y las ramas de arriba, pensé en mi buenasuerte.Los demás estaban sudando bajo el sol mientras el tiempo pasaba lentamente.Por un instante,traté de sentirme culpable, pero no lo conseguí.Mi suerte era provisional, sencillamente, y por lotanto, decidí disfrutar de ella.Tal como estaba haciendo Trot.Mientras él dormía como un bebé, yo me puse a contemplar el cielo,pero muy pronto el aburrimiento se apoderó de mi.Me dirigí a la casa en busca de mi guante debéisbol y una pelota.Me puse a hacerla botar cerca del porche de la entrada principal, pasatiempo alque podía dedicar horas.En determinado momento, recibí diecisiete pelotas seguidas.Trot no abandonó el colchón en toda la tarde.Dormía, se incorporaba y miraba alrededor y despuésme miraba por un momento.Si yo intentaba trabar conversación con él, se tumbaba de lado y seguíadurmiendo.Por lo menos, no se estaba muriendo.La segunda baja fue Hank.A última hora del día se acercó con paso cansino, quejándose del calor.Explicó que tenía que echar un vistazo a Trot. He recolectado ciento cincuenta kilos dijo, como si eso fuera a impresionarme.Después, elcalor ha podido conmigo.Tenía el rostro enrojecido por el sol.No llevaba sombrero, lo cual constituía una buena muestra de suinteligencia.En los campos, nunca se debía ir con la cabeza descubierta.Dirigió una rápida mirada a Trot, después se encamino hacia la parte posterior del camión y empezó arebuscar entre las cajas y los sacos igual que un oso hambriento.Se llevó un bizcocho a la bocaza y setumbó bajo el árbol. Tráeme un poco de agua, chico rezongó ásperamente dirigiéndose a mí.La sorpresa me impidió moverme.Jamás nadie de la montaña nos había dado órdenes.No sabía quéhacer, pero él era mayor y yo sólo un niño. ¿Cómo dice, señor? ¡Que me traigas un poco de agua! repitió, levantando.la voz.Estaba seguro de que debían de tener agua entre sus cosas.Me encaminé torpemente hacia su camión.Mi gesto provocó su enojo. ¡Agua fría, chico! De la casa.¡Y date prisa! Llevo todo el día trabajando.Tú, en cambio, no.Me dirigí corriendo a la casa y entré en la cocina donde Gran guardaba en el frigorífico una jarra decuatro litros de agua.Me temblaban las manos cuando eché agua en un vaso.Sabia que, cuando locontara, se armaría jaleo.Mi padre intercambiaría unas cuantas palabras con Leon Spruill.Le ofrecí el vaso a Hank, quien lo apuró rápidamente, hizo un chasquido con los labios y dijo: Tráeme otro vaso.Trot se había incorporado y estaba contemplando la escena.Corrí a la casa y volví a llenar el vaso.Cuando lo hubo apurado, Hank soltó un escupitajo a mis pies.21John Grisham LA GRANJA Eres un buen chico dijo, lanzándome el vaso.Yo lo atrapé. Y ahora, déjanos en paz añadió, tumbándose sobre la hierba.Me marché a la casa para esperar a mi madre.Uno podía terminar a las cinco, si quería (era la hora en que Pappy regresaba con el remolque) o podíaquedarse en los campos hasta el anochecer, como hacían los mexicanos, cuya resistencia eraextraordinaria [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]