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.Ésta, joven amigo, es la tarea que te quiero confiar —concluyó Abu Ali, con un tono que no admitía discusión.Los dos hombres estaban ahora aproximándose a las murallas de torres cuadradas de la ciudad beréber.Al llegar a la puerta occidental se despidieron.El visir, en medio de un torbellino de tierra rojiza, hizo que su caballo se volviera en dirección al palacio real en las altas laderas del Albaicín, mientras que Amram continuó su camino hacia el sur, cruzando el río Darro y pasando por los terrenos agrestes y abiertos que llevaban al barrio judío.Ojos oscuros, curiosos y vagamente suspicaces siguieron al extranjero al darse éste la vuelta para entrar en la estrecha calle principal del barrio.Sin hacerles ningún caso, siguió cabalgando despacio, observando atentamente los talleres esparcidos sin orden ni concierto y las oscuras tiendecitas donde orfebres y plateros, comerciantes en seda y guarnicioneros, y artesanos de artículos de cuero que proporcionaban a los soldados escudos y cascos, se dedicaban activamente a su oficio.Al ver a Amram, los judíos de Granada se sentían vagamente incómodos.Había algo en su figura, erguida y vigorosa, en el aire de controlado poder y firme resolución que emanaba de él, que los llenaba de una incómoda combinación de temor y respeto.Después de recorrer la calle a caballo, Amram se dio la vuelta y se bajó del caballo, junto a la que parecía ser la joyería más grande de ella.Al entrar, se presentó avalándose con la recomendación del famoso joyero de Málaga Joseph ibn Aukal, y preguntó si alquilaban alguna casa en el barrio.Tan elegante era su acento, tan apuesta su figura que el comerciante, inclinado casi hasta el suelo en un estado de verdadera agitación, le dijo que sí, que por supuesto.¡Qué suerte habían tenido los dos! Su padre había muerto hacía poco tiempo y él se había llevado a su madre a vivir con él.Así que la que había sido casa de sus padres estaba a su disposición.Sería un honor para él enseñársela al estimado caballero, y tenerlo como inquilino.Incluiría al criado de la casa gratuitamente, añadió, de manera obsequiosa, pero no carente de malicia.Un buen principio, pensó Amram mientras seguía la ágil figura de Ibrahim a la luz del día.Era verdad que el principado beréber era todavía un pequeño dominio, pero si las predicciones de Abu Ali tenían fundamento, y él tendía a darles crédito, Granada estaba destinada a ser grande, y él al mismo tiempo que ella.Era ya bien entrada la tarde cuando el cachazudo criado que había heredado logró tener preparada una sencilla comida y desterrar de la modesta vivienda el olor a humedad y la atmósfera de abandono asociada a la vejez que se había infiltrado en sus paredes.Sólo entonces, cuando todo estaba limpio y tranquilo a su alrededor, pudo reflexionar sobre el destino de la familia de Ibn Yatom.Ya antes del saqueo de Córdoba la fortuna acumulada por su abuelo Da'ud había disminuido considerablemente: indiferente a los bienes materiales, su padre había hecho liberal uso de ella para asegurarse de que su familia viviera cómodamente y que sus hijos fueran educados por los más importantes eruditos de Córdoba.Los beréberes habían echado mano a lo que quedaba, saqueando y destruyendo tanto la casa de campo como la gran casa en la ciudad, antes de arrasarlas.Como jefe ahora de la familia, habían caído dos obligaciones sobre sus hombros.La primera era restablecer la fortuna familiar, como previsión contra la turbulencia de los tiempos.En cuanto a la segunda, había empezado a pensar en ella en Málaga, pero ahora que la tragedia había caído sobre la familia, cobró mayor importancia y urgencia.Le había llegado la hora de encontrar una esposa y asegurar la continuidad de la familia que Da'ud y Hai habían elevado a gran honor y distinción.Si la fortuna le sonreía aquí, en Granada, ambos objetivos estarían pronto a su alcance.Conforme iba atardeciendo, toda la fatiga ocasionada por las fuertes impresiones, las tragedias y las tensiones de los últimos días cayó sobre él como un peso muerto.Ordenó a su criado que le preparara la cama, y se acostó tan pronto como se hizo de noche.Pero no se podía dormir.La visión de los cuerpos asesinados de sus padres se presentaba una y otra vez ante sus ojos y no desaparecía.Incapaz de disipar las fantasmales apariciones, decidió levantarse, encendió una vela y anduvo de un lado a otro de la desconocida casa, tocando distraídamente una abollada copa de metal, por aquí, cambiando un cojín de sitio, por allí, abriendo una ventana desencajada y contemplando la noche, mientras que sus pensamientos se debatían entre la finalidad de la muerte y el irresistible deseo de vivir [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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