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.Y éste es el resultado.—La mujer posó con delicadeza la mano, casi como una caricia, sobre la superficie acristalada del ataúd de Jonathan.En su rostro apareció una extraña sonrisa—.Podría casi decirse que, en cierto sentido, soy la madre de Jonathan.—Ya te dije que esta dirección no significaba nada —dijo Alec.Isabelle lo ignoró.En el instante en que habían cruzado las puertas del edificio, el colgante del rubí había palpitado, débilmente, igual que el latido de un corazón remoto.Aquello significaba presencia demoníaca.En otras circunstancias, habría esperado que su hermano intuyera la rareza del lugar igual que ella, pero Alec estaba demasiado hundido en su melancolía por Magnus como para poder concentrarse.—Saca tu luz mágica —le dijo—.Me he dejado la mía en casa.Le lanzó una mirada airada.En el vestíbulo estaba oscuro, lo bastante oscuro como para que un ser humano normal y corriente no viera nada.Tanto Maia como Jordan poseían la excelente visión nocturna de los seres lobo.Se encontraban en extremos opuestos de la estancia; Jordan, examinando el gigantesco mostrador de mármol y Maia, apoyada en la pared de enfrente, mirándose los anillos.—Se supone que tienes que llevarla contigo a dondequiera que vayas —replicó Alec.—¿Oh? ¿Y has traído tú tu sensor? —le espetó ella—.Me parece que no.Como mínimo, yo tengo esto.—Dio unos golpecitos a su colgante—.Y te digo que aquí hay algo.Algo demoníaco.Jordan volvió de repente la cabeza.—¿Dices que hay demonios aquí?—No lo sé.Quizá sólo haya uno.Latió un instante y en seguida se detuvo —reconoció Isabelle—.Pero es una coincidencia demasiado grande para que esto sea simplemente una dirección equivocada.Tenemos que inspeccionar.Una tenue luz la rodeó de repente.Levantó la vista y vio a Alec sujetando su luz mágica, su resplandor contenido entre los dedos.Proyectaba sombras extrañas sobre su cara, haciéndole parecer mayor de lo que en realidad era, con los ojos de un azul más oscuro.—Vamos —dijo—.Inspeccionaremos las distintas plantas de una en una.Avanzaron hacia el ascensor.Alec iba delante, y después avanzaban Isabelle, Jordan y Maia en fila.Las botas de Isabelle llevaban runas insonoras en las suelas, pero los tacones de Maia resonaban en el piso de mármol.Frunciendo el ceño, se detuvo para descalzarse y continuó caminando sin zapatos.Cuando Maia entró en el ascensor, Isabelle se dio cuenta de que llevaba un anillo de oro en el dedo gordo del pie izquierdo, engarzado con una piedra turquesa.Jordan, bajando la vista, dijo sorprendido:—Recuerdo este anillo.Te lo compré en.—Calla —dijo Maia, pulsando el botón para que el ascensor se cerrara.Jordan se quedó en silencio y se cerraron las puertas.Se pararon en todos los pisos.En su mayoría estaban aún en obras, no había luz y de los techos colgaban cables que parecían parras.Las ventanas estaban cerradas con tablones de contrachapado.Cortinas de polvo volaban como fantasmas a merced del viento.Isabelle no separaba la mano de su colgante, pero nada sucedió hasta que llegaron al décimo piso.Cuando se abrieron las puertas, sintió una vibración en el interior de la mano, como si guardara allí un pajarito y estuviera batiendo las alas.Dijo en un susurro:—Aquí hay algo.Alec se limitó a asentir; Jordan abrió la boca para decir algo, pero Maia le dio un codazo, con fuerza.Isabelle adelantó a su hermano y salió al vestíbulo de los ascensores.El rubí palpitaba y vibraba contra su mano como un insecto angustiado.A sus espaldas, Alec musitó:—Sandalphon.—La luz destelló en torno a Isabelle, iluminando el vestíbulo.A diferencia de las plantas que habían visitado ya, aquélla se veía más acabada.A su alrededor había paredes de granito, y el suelo lucía negro y brillante.Un pasillo se extendía en los dos sentidos.Por un lado terminaba en una montaña de material de construcción y cables enredados.Por el otro, en una arcada.Más allá de esa arcada, un espacio negro atraía sus miradas.Isabelle se volvió hacia sus compañeros.Alec había guardado su piedra de luz mágica y sujetaba en la mano un reluciente cuchillo serafín que iluminaba el interior del ascensor como una linterna [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Y éste es el resultado.—La mujer posó con delicadeza la mano, casi como una caricia, sobre la superficie acristalada del ataúd de Jonathan.En su rostro apareció una extraña sonrisa—.Podría casi decirse que, en cierto sentido, soy la madre de Jonathan.—Ya te dije que esta dirección no significaba nada —dijo Alec.Isabelle lo ignoró.En el instante en que habían cruzado las puertas del edificio, el colgante del rubí había palpitado, débilmente, igual que el latido de un corazón remoto.Aquello significaba presencia demoníaca.En otras circunstancias, habría esperado que su hermano intuyera la rareza del lugar igual que ella, pero Alec estaba demasiado hundido en su melancolía por Magnus como para poder concentrarse.—Saca tu luz mágica —le dijo—.Me he dejado la mía en casa.Le lanzó una mirada airada.En el vestíbulo estaba oscuro, lo bastante oscuro como para que un ser humano normal y corriente no viera nada.Tanto Maia como Jordan poseían la excelente visión nocturna de los seres lobo.Se encontraban en extremos opuestos de la estancia; Jordan, examinando el gigantesco mostrador de mármol y Maia, apoyada en la pared de enfrente, mirándose los anillos.—Se supone que tienes que llevarla contigo a dondequiera que vayas —replicó Alec.—¿Oh? ¿Y has traído tú tu sensor? —le espetó ella—.Me parece que no.Como mínimo, yo tengo esto.—Dio unos golpecitos a su colgante—.Y te digo que aquí hay algo.Algo demoníaco.Jordan volvió de repente la cabeza.—¿Dices que hay demonios aquí?—No lo sé.Quizá sólo haya uno.Latió un instante y en seguida se detuvo —reconoció Isabelle—.Pero es una coincidencia demasiado grande para que esto sea simplemente una dirección equivocada.Tenemos que inspeccionar.Una tenue luz la rodeó de repente.Levantó la vista y vio a Alec sujetando su luz mágica, su resplandor contenido entre los dedos.Proyectaba sombras extrañas sobre su cara, haciéndole parecer mayor de lo que en realidad era, con los ojos de un azul más oscuro.—Vamos —dijo—.Inspeccionaremos las distintas plantas de una en una.Avanzaron hacia el ascensor.Alec iba delante, y después avanzaban Isabelle, Jordan y Maia en fila.Las botas de Isabelle llevaban runas insonoras en las suelas, pero los tacones de Maia resonaban en el piso de mármol.Frunciendo el ceño, se detuvo para descalzarse y continuó caminando sin zapatos.Cuando Maia entró en el ascensor, Isabelle se dio cuenta de que llevaba un anillo de oro en el dedo gordo del pie izquierdo, engarzado con una piedra turquesa.Jordan, bajando la vista, dijo sorprendido:—Recuerdo este anillo.Te lo compré en.—Calla —dijo Maia, pulsando el botón para que el ascensor se cerrara.Jordan se quedó en silencio y se cerraron las puertas.Se pararon en todos los pisos.En su mayoría estaban aún en obras, no había luz y de los techos colgaban cables que parecían parras.Las ventanas estaban cerradas con tablones de contrachapado.Cortinas de polvo volaban como fantasmas a merced del viento.Isabelle no separaba la mano de su colgante, pero nada sucedió hasta que llegaron al décimo piso.Cuando se abrieron las puertas, sintió una vibración en el interior de la mano, como si guardara allí un pajarito y estuviera batiendo las alas.Dijo en un susurro:—Aquí hay algo.Alec se limitó a asentir; Jordan abrió la boca para decir algo, pero Maia le dio un codazo, con fuerza.Isabelle adelantó a su hermano y salió al vestíbulo de los ascensores.El rubí palpitaba y vibraba contra su mano como un insecto angustiado.A sus espaldas, Alec musitó:—Sandalphon.—La luz destelló en torno a Isabelle, iluminando el vestíbulo.A diferencia de las plantas que habían visitado ya, aquélla se veía más acabada.A su alrededor había paredes de granito, y el suelo lucía negro y brillante.Un pasillo se extendía en los dos sentidos.Por un lado terminaba en una montaña de material de construcción y cables enredados.Por el otro, en una arcada.Más allá de esa arcada, un espacio negro atraía sus miradas.Isabelle se volvió hacia sus compañeros.Alec había guardado su piedra de luz mágica y sujetaba en la mano un reluciente cuchillo serafín que iluminaba el interior del ascensor como una linterna [ Pobierz całość w formacie PDF ]