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.Eso era fácil de arreglar: —instruyó al Diablo de Maxwell para que conservase un buffer de unos pocos millones de pasos de reloj de la historia de la molécula, y que lo reprodujese a un ritmo razonable si se producía algún cambio estructural.Introducido en un organismo «vivo», el anillo de mutosa tenía exactamente el mismo aspecto que el prototipo que había manejado minutos antes: bolas de billar rojas, verdes y azules, unidas por delgadas barras blancas.Parecía incluso un insulto que hasta una bacteria estuviese compuesta de moléculas de cómic como aquélla.El software de visión inspeccionaba continuamente esa pequeña región del Autoverso, identificando las estructuras que formaban átomos, comprobando los solapamientos entre ellos para decidir cuál estaba enlazado con cuál, y luego mostraba una imagen bonita, limpia y estilizada de sus conclusiones.Como las reglas útiles que aceptaban esa representación como real, era una ficción útil, pero.Maria redujo la velocidad del reloj del Autoverso en un factor de diez mil millones, luego activó el menú de visión y le dio al botón marcado ORIGINAL.El ordenado conjunto de esferas y barras se fundió en una corona irregular de metal líquido burbujeante policromático, ondas de color que se alejaban de los vértices para chocar, mezclarse, fluir hacia atrás, volutas extendiéndose en el espacio.Redujo el tiempo cien veces más, casi congelando la agitación, y luego amplió en el mismo grado.Las celdillas cúbicas individuales que formaban el Autoverso eran ahora visibles, cambiando de estado más o menos una vez por segundo.El «estado» de cada celda —un número entero entre cero y doscientos cincuenta y cinco— se recalculaba cada ciclo de reloj, según un conjunto simple de reglas aplicadas al estado anterior, y a los estados de las celdillas vecinas en la matriz tridimensional.El autómata celular que era el Autoverso no hacía otra cosa sino aplicar esas reglas uniformemente a cada celda; aquéllas eran sus «leyes físicas» fundamentales.Aquí no había desalentadoras ecuaciones mecano cuánticas con las que luchar; sólo un puñado de operaciones aritméticas triviales, realizadas con enteros.Y, sin embargo, las leyes increíblemente crudas del Autoverso eran capaces de dar lugar a «átomos» y «moléculas» con una química lo suficientemente rica para mantener la «vida».Maria siguió el destino de un grupo de celdas doradas que se extendía por las rejillas —las células mismas no se movían por definición, pero la estructura avanzaba— infiltrándose y conquistando regiones de azul metálico, sólo para ser invadida y consumida a continuación por una ola de magenta.Si el Autoverso tenía una apariencia «verdadera», era aquélla.La paleta que asignaba un color a cada estado seguía siendo «falsa» —todavía completamente arbitraria— pero al menos esa vista mostraba el elaborado juego de ajedrez tridimensional que era la base de todo lo demás.Todo menos el hardware, el ordenador en sí mismo.Maria volvió a la velocidad estándar del reloj, y una visión macroscópica de las veintiuna placas de Petri, justo cuando un mensaje saltó.JSN lamenta informarle de que sus recursos han sido dirigidos a un licitador mayor.Una imagen de su trabajo ha sido conservada en almacenamiento masivo, y estará disponible la próxima vez que se conecte.Gracias por usar nuestros servicios.Maria se quedó sentada maldiciendo enfadada durante medio minuto; luego se detuvo y enterró la cabeza entre las manos.Para empezar no debía haber estado conectada.Era una locura, malgastar los ahorros jugando con una A.lamberti mutante; pero seguía haciéndolo.El Autoverso era tan seductor, tan hipnótico.tan adictivo.Quien la hubiese echado de la red le había hecho un favor; e incluso le habían devuelto los cincuenta dólares de conexión, ya que la habían echado por completo, no reducido su velocidad al ritmo de un caracol.Curiosa por conocer la identidad de su benefactor involuntario, se conectó directamente a la Bolsa de TIPS: el mercado en el que se vendía y compraba la potencia informática.La conexión con JSN había pasado por la Bolsa de forma transparente; su terminal estaba programada para pujar automáticamente al precio de mercado hasta un cierto límite.Ahora mismo, sin embargo, algo llamado Operación Mariposa compraba TIPS —trillones de instrucciones por segundo— a seiscientas veces ese límite, y se las había arreglado para conseguir un ciento por ciento de toda la potencia de ordenador a la venta en el planeta.Maria estaba anonadada; nunca había visto nada parecido.El gráfico de tarta de licitadores con éxito —normalmente un caleidoscopio cambiante de miles de trozos delgados como agujas— era un disco sólido y estático de azul.Los aviones no se caerían, el comercio mundial no se detendría [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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