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.Enfiló derecho hacia Santa Cruz.En la plaza central de Santa Cruz, la gente se entregaba al trajín de los lunes y pululaban niños con uniforme de colegiales.Manguinha había quedado en la plaza para recibir tres kilos de cocaína.Detuvo el coche frente a un cafetín, entregó las armas al dueño para que se las guardase y se encaminó con las manos en los bolsillos hasta una esquina.Un niño con uniforme de colegio se acercó a él y, tras preguntarle la hora, se alejó tres pasos; luego sacó un 38 de la mochila y disparó tres veces sobre la espalda de Manguinha.En una casa un poco alejada de allí, el dueño del puesto de venta de droga de Santa Cruz, al oír los tres disparos, dijo irónicamente a su esposa:—¡Tu amante ha muerto!El niño se alejó del lugar tranquilamente, entró en la casa del dueño del puesto y recibió cincuenta mil cruzeiros por el trabajo.Espada Incerta llegó a Ciudad de Dios una madrugada, descalzo, sin camisa, arañado, sucio y hambriento.Fue derecho a la casa de sus primos, donde al fin pudo relajarse.Junto con otros cinco presos, había conseguido escaparse de la comisaría, donde lo mantenían encerrado a la espera del juicio.Su tía no quiso que se quedase allí; sólo le permitió darse una ducha, comer algo y cambiarse de ropa.Cuando ya se iba, su primo le dijo que la situación de Sandro Cenoura había mejorado.El fugitivo, convencido de que su amigo le ayudaría, salió en su busca.—Si voy a Realengo, puedo conseguir droga barata para que tú la vendas —dijo Espada Incerta después de recibir treinta cruzeiros de manos de Sandro Cenoura, y añadió—: Gracias por el refuerzo que me enviaste a la cárcel.—Colega, yo no mandé nada.El dinero era tuyo, ¿entiendes?—Pero hay cabrones que no mandan nada, ¿sabes? Y tú has sido legal conmigo.Permanecieron un rato apostados en una de las esquinas de la plaza de la quadra Quince, conversando sobre la cuadrilla de Miúdo.Cuando Espada Incerta se enteró de que habían detenido a Pardalzinho, le entró la risa y juró que un día acabaría con él.—Si lo matas, te cargarás al maleante más cojonudo de toda la favela —le dijo Sandro muy serio, mirándole a los ojos.Espada Incerta no contestó.Sacó papel de un paquete de cigarrillos y lo cortó; Sandro echó un puñado de marihuana, Espada Incerta lió el porro y se lo fumaron mientras charlaban de trivialidades.Se anunciaba un nuevo día y soplaba un viento del noroeste que traía fresco.Espada Incerta, que se había mantenido la mayor parte del tiempo callado, contó el dinero, cogió su parte, entregó el resto a Cenourinha junto con lo que quedaba de droga y se dispuso a marcharse.—¿Te apetece un tirito? —preguntó Cenourinha.—Bueno, no me importaría colocarme un poco antes de ir a Realengo.—Tu madre vive allí, ¿no?—Sí.Pero no voy a su casa, quiero encontrar a un compañero que estuvo encerrado conmigo una temporada.Ya hace tiempo que lo soltaron y siempre me mandó dinero al talego.También me enviaba hierba y nieve.Me dijo que fuese a verle cuando saliese, que me echaría una mano.Esnifaron la cocaína en un instante.—Bueno, volveré más tarde con droga de la buena para que la vendas en el puesto —dijo Espada Incerta.Espada Incerta tardó menos de dos horas en llegar a Realengo.Sabía que andar por allí era más arriesgado que hacerlo en Ciudad de Dios por su condición de delincuente, pero confiaba en el rufián con el que había trabado amistad en la cárcel y, como éste conocía a un buen traficante, seguramente le pasaría un kilo de marihuana en depósito, como le había prometido en el talego.Cogería la droga y se pondría en marcha cuanto antes.La transacción con el amigo fue más rápida de lo que Espada Incerta se imaginaba, pero sólo tendría un día para pagar el kilo de marihuana que le había dado en depósito.Todavía le quedaba dinero para tomar un taxi hasta Cascadura.Después le pareció mejor tomar un autobús.Ir en taxi es cosa de blancos.Estaba convencido de que un negro que sube a un taxi o es un malhechor o está al borde de la muerte.Entregó la hierba al amigo, recibió el dinero y se tomó unas birras y unas copas de coñac para celebrarlo, acompañadas de chorizo frito.Hablaba alto, pavoneándose ante sus primos: se vanaglorió de haberse follado a más de un pringado en chirona, recordó viejas historias y cantó sambas de partido alto.Cuando estaba ya como una cuba, Espada Incerta vio pasar a la hermana de Pardalzinho y, fingiendo no estar enterado de su encierro, le dijo:—Dile a Pardalzinho que esta misma noche voy a entrar en su casa y que caerá cualquiera que esté allí: mujeres, niños, la hostia…La hermana de Pardalzinho llegó a casa llorando y tuvo que beber agua con azúcar para poder contarles lo ocurrido a sus hermanos.Edgar, el hermano mayor de Pardalzinho, también maleante, decidió mandar al resto de la familia a casa de su tía y él se preparó para recibir a Espada Incerta.Este, que siguió bebiendo hasta muy entrada la noche, salió del bar ayudado por sus primos y durmió en casa de su tía [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Enfiló derecho hacia Santa Cruz.En la plaza central de Santa Cruz, la gente se entregaba al trajín de los lunes y pululaban niños con uniforme de colegiales.Manguinha había quedado en la plaza para recibir tres kilos de cocaína.Detuvo el coche frente a un cafetín, entregó las armas al dueño para que se las guardase y se encaminó con las manos en los bolsillos hasta una esquina.Un niño con uniforme de colegio se acercó a él y, tras preguntarle la hora, se alejó tres pasos; luego sacó un 38 de la mochila y disparó tres veces sobre la espalda de Manguinha.En una casa un poco alejada de allí, el dueño del puesto de venta de droga de Santa Cruz, al oír los tres disparos, dijo irónicamente a su esposa:—¡Tu amante ha muerto!El niño se alejó del lugar tranquilamente, entró en la casa del dueño del puesto y recibió cincuenta mil cruzeiros por el trabajo.Espada Incerta llegó a Ciudad de Dios una madrugada, descalzo, sin camisa, arañado, sucio y hambriento.Fue derecho a la casa de sus primos, donde al fin pudo relajarse.Junto con otros cinco presos, había conseguido escaparse de la comisaría, donde lo mantenían encerrado a la espera del juicio.Su tía no quiso que se quedase allí; sólo le permitió darse una ducha, comer algo y cambiarse de ropa.Cuando ya se iba, su primo le dijo que la situación de Sandro Cenoura había mejorado.El fugitivo, convencido de que su amigo le ayudaría, salió en su busca.—Si voy a Realengo, puedo conseguir droga barata para que tú la vendas —dijo Espada Incerta después de recibir treinta cruzeiros de manos de Sandro Cenoura, y añadió—: Gracias por el refuerzo que me enviaste a la cárcel.—Colega, yo no mandé nada.El dinero era tuyo, ¿entiendes?—Pero hay cabrones que no mandan nada, ¿sabes? Y tú has sido legal conmigo.Permanecieron un rato apostados en una de las esquinas de la plaza de la quadra Quince, conversando sobre la cuadrilla de Miúdo.Cuando Espada Incerta se enteró de que habían detenido a Pardalzinho, le entró la risa y juró que un día acabaría con él.—Si lo matas, te cargarás al maleante más cojonudo de toda la favela —le dijo Sandro muy serio, mirándole a los ojos.Espada Incerta no contestó.Sacó papel de un paquete de cigarrillos y lo cortó; Sandro echó un puñado de marihuana, Espada Incerta lió el porro y se lo fumaron mientras charlaban de trivialidades.Se anunciaba un nuevo día y soplaba un viento del noroeste que traía fresco.Espada Incerta, que se había mantenido la mayor parte del tiempo callado, contó el dinero, cogió su parte, entregó el resto a Cenourinha junto con lo que quedaba de droga y se dispuso a marcharse.—¿Te apetece un tirito? —preguntó Cenourinha.—Bueno, no me importaría colocarme un poco antes de ir a Realengo.—Tu madre vive allí, ¿no?—Sí.Pero no voy a su casa, quiero encontrar a un compañero que estuvo encerrado conmigo una temporada.Ya hace tiempo que lo soltaron y siempre me mandó dinero al talego.También me enviaba hierba y nieve.Me dijo que fuese a verle cuando saliese, que me echaría una mano.Esnifaron la cocaína en un instante.—Bueno, volveré más tarde con droga de la buena para que la vendas en el puesto —dijo Espada Incerta.Espada Incerta tardó menos de dos horas en llegar a Realengo.Sabía que andar por allí era más arriesgado que hacerlo en Ciudad de Dios por su condición de delincuente, pero confiaba en el rufián con el que había trabado amistad en la cárcel y, como éste conocía a un buen traficante, seguramente le pasaría un kilo de marihuana en depósito, como le había prometido en el talego.Cogería la droga y se pondría en marcha cuanto antes.La transacción con el amigo fue más rápida de lo que Espada Incerta se imaginaba, pero sólo tendría un día para pagar el kilo de marihuana que le había dado en depósito.Todavía le quedaba dinero para tomar un taxi hasta Cascadura.Después le pareció mejor tomar un autobús.Ir en taxi es cosa de blancos.Estaba convencido de que un negro que sube a un taxi o es un malhechor o está al borde de la muerte.Entregó la hierba al amigo, recibió el dinero y se tomó unas birras y unas copas de coñac para celebrarlo, acompañadas de chorizo frito.Hablaba alto, pavoneándose ante sus primos: se vanaglorió de haberse follado a más de un pringado en chirona, recordó viejas historias y cantó sambas de partido alto.Cuando estaba ya como una cuba, Espada Incerta vio pasar a la hermana de Pardalzinho y, fingiendo no estar enterado de su encierro, le dijo:—Dile a Pardalzinho que esta misma noche voy a entrar en su casa y que caerá cualquiera que esté allí: mujeres, niños, la hostia…La hermana de Pardalzinho llegó a casa llorando y tuvo que beber agua con azúcar para poder contarles lo ocurrido a sus hermanos.Edgar, el hermano mayor de Pardalzinho, también maleante, decidió mandar al resto de la familia a casa de su tía y él se preparó para recibir a Espada Incerta.Este, que siguió bebiendo hasta muy entrada la noche, salió del bar ayudado por sus primos y durmió en casa de su tía [ Pobierz całość w formacie PDF ]