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.Hubiera podido ser un d�a como losdem�s, que ella no recordara, hac�a tanto tiempo y ella era tan joven, pero eldolor asociado con ese recuerdo lo hab�a vuelto indeleble.Les estaba mostrando a sus amigos, muy orgullosa, cómo hab�a logradoadiestrar a Rhiska.El halconero se hab�a rendido con Rhiska, porque era unhalcón hembra al que no hab�an educado cuando era una cr�a, y se negaba aadaptarse al trato humano.En realidad, estaba dispuesto a mand�rsela a loscocineros, o al menos eso hab�a dicho (Milisant se dio cuenta despu�s de queeso hab�a sido una broma).Por eso tambi�n se sent�a orgullosa de haberlesalvado la vida al animal al domesticarlo.Pero entonces hab�a aparecido �l, que atrajo la atención del animal con unsonido y la miró como si hubiera hecho algo malo.Y como ella hab�aadiestrado a Rhiska sin que lo supiera el halconero, inmiscuy�ndose endominios en los que ten�a expresamente prohibido el acceso, sab�a que s�hab�a hecho algo malo, pero ignoraba cómo era posible que ese extranjero losupiera.�Soy el hombre con quien te vas a casar en cuanto tengas la edadnecesaria�, le hab�a dicho.Y no pod�a haberle dicho nada peor.�l era bastanteapuesto.Cualquier otra chica se hubiera estremecido al o�r eso, pero Milisanthab�a decidido precisamente esa semana que no iba a casarse jam�s.Unos d�as antes, uno de los villanos del pueblo le hab�a pegado una palizatan brutal a su esposa que �sta hab�a muerto al d�a siguiente.Y los cuchicheosque el hecho suscitó entre la gente causaron una terrible impresión a la ni�aque entonces era Milisant.�Se lo merec�a�, �Estaba en su derecho de meter asu mujer en cintura�, �Se le ha ido un poco la mano.�Qui�n va a cocinarahora para �l?� y �Una mujer debe saber cómo impedir que su marido seenfade con ella�.Para la mente infantil de Milisant, la mejor manera de impedir todo eso erasencillamente no cas�ndose nunca.Teniendo el problema una solución tansimple, se preguntaba cómo no se les hab�a ocurrido a muchas mujeres m�s.Todav�a no le hab�an hablado de Wulfric de Thorpe, todav�a no sab�a quehab�a un contrato matrimonial que la obligaba a casarse con �l.De modo quese cre�a a salvo de esos maridos de mano dura; hasta que �l apareció ah�,afirmando con aquella arrogancia que iba a casarse con ella.Era un mentiroso, eso estaba claro, pero sus palabras la hab�an asustadoporque parec�a muy seguro de s� mismo.Adem�s, llevaba un mal a�o, a lolargo del cual hab�a descubierto que la mayor�a de las cosas que le gustaban leestaban vedadas.Tambi�n fue el a�o en que descubrió, o al menos lodescubrieron sus amigos, que ten�a un car�cter terrible y que, en lo sucesivo,tendr�a que aprender a controlarlo.El mentiroso tuvo ocasión de comprobarlo, pero cuando ella le ordenó quese marchara �l se hab�a quedado tan campante.Eso fue la gota que colmó elvaso.Iba a hacer que le echaran del castillo y que le cerraran las compuertasen las narices.Ella se movió para colocar a Rhiska en su percha y salir de las caballerizaspara llamar a un guarda armado que se encargara de aquel desconocido.Lapon�a furiosa que la hubieran ignorado.Despu�s de todo, ella era la hija dellord y ese hombre era un extra�o.Pero Rhiska notó su ira y reaccionóabalanz�ndose contra el extra�o.Milisant se llevó una sorpresa, mayor a�n cuando aquel tonto levantó unamano sin guante para protegerse del halcón.A�n no hab�a entrenado alanimal para cazar, y por eso a�n no sab�a que deb�a regresar cuando lellamaba.Sin embargo, todos los halcones son cazadores por naturaleza; sóloque no suelen atacar a las personas.No obstante, Rhiska picoteó la mano delmuchacho Milisant dio un paso al frente para decirle al animal que le soltara,pero el chico reaccionó atizando a Rhiska y lanz�ndolo contra la pared.El p�jaro murió casi al instante.Milisant no necesitó examinarlo para saberque estaba muerto, hab�a notado cómo se le escapaba el esp�ritu de la vida yaquello le hizo perder los estribos.Se arrojó sobre el muchacho, igual queRhiska, y quiso matarle.En realidad, no era consciente de lo que estaba haciendo, la pena la hab�aenloquecido; no se dio cuenta hasta que �l la empujó y salió despedida contrauna de las perchas de los p�jaros.Cayó sobre un pie, oyó el crujido de sutobillo y notó que el dolor la cegaba.El dolor de un pie roto era peor quecualquier otro dolor, porque sab�a que esas roturas no se arreglan, que sequedaba una coja de por vida.Y con los cojos nadie ten�a piedad, losignoraban, los consideraban hasta tal punto inferiores que pasaban a sermenos que un villano, se convert�an en mendigos.Pero no gritó ni emitió sonido alguno, tal vez por la impresión.Nunca supocómo hab�a soportado el dolor que le causó volver a poner el hueso en susitio, ni tampoco por qu� lo hab�a hecho, salvo por la terrible perspectiva dequedarse coja para el resto de su vida.Sus dos amigos hab�an corrido en busca de ayuda para llevarla a la torre yel extra�o se marchó.No hab�a vuelto a verle.Lo m�s irónico era que, comoella no hab�a emitido sonido alguno, nadie pensó que se hubiera herido degravedad, todo el mundo pensó que era una torcedura que se iba a curarr�pidamente.Sólo se hab�a enterado Jhone, con quien hab�a compartido su temor aquedarse coja.Tambi�n se lo hab�an ocultado al sanador del castillo, porquesu respuesta hubiera consistido en hacerle una sangr�a con sus sanguijuelas.Ni siquiera le hab�a examinado la lesión, pero sab�an que �sa era la cura querecetaba para cualquier enfermedad.Sus malditas sanguijuelas estabanrechonchas.Milisant estuvo tres meses sin poder andar, tres meses sin quitarse la botacon la que se hab�a comprimido el tobillo.Se la hab�a puesto porque parec�aque le aliviaba un poco el tormento, y luego no se la hab�a quitado.Incluso despu�s de que el dolor remitiera completamente, le daba miedodar un paso o examinarse detenidamente el pie.Sólo fue porque Jhone sequejaba de que le daba patadas con esa bota cuando dorm�an por lo que,finalmente, Milisant se la quitó y descubrió que, despu�s de todo, no iba aquedarse coja.A partir de ese d�a, Milisant elevó una oración diaria para agradecer que supie hubiera sanado y no hubiera quedado coja [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Hubiera podido ser un d�a como losdem�s, que ella no recordara, hac�a tanto tiempo y ella era tan joven, pero eldolor asociado con ese recuerdo lo hab�a vuelto indeleble.Les estaba mostrando a sus amigos, muy orgullosa, cómo hab�a logradoadiestrar a Rhiska.El halconero se hab�a rendido con Rhiska, porque era unhalcón hembra al que no hab�an educado cuando era una cr�a, y se negaba aadaptarse al trato humano.En realidad, estaba dispuesto a mand�rsela a loscocineros, o al menos eso hab�a dicho (Milisant se dio cuenta despu�s de queeso hab�a sido una broma).Por eso tambi�n se sent�a orgullosa de haberlesalvado la vida al animal al domesticarlo.Pero entonces hab�a aparecido �l, que atrajo la atención del animal con unsonido y la miró como si hubiera hecho algo malo.Y como ella hab�aadiestrado a Rhiska sin que lo supiera el halconero, inmiscuy�ndose endominios en los que ten�a expresamente prohibido el acceso, sab�a que s�hab�a hecho algo malo, pero ignoraba cómo era posible que ese extranjero losupiera.�Soy el hombre con quien te vas a casar en cuanto tengas la edadnecesaria�, le hab�a dicho.Y no pod�a haberle dicho nada peor.�l era bastanteapuesto.Cualquier otra chica se hubiera estremecido al o�r eso, pero Milisanthab�a decidido precisamente esa semana que no iba a casarse jam�s.Unos d�as antes, uno de los villanos del pueblo le hab�a pegado una palizatan brutal a su esposa que �sta hab�a muerto al d�a siguiente.Y los cuchicheosque el hecho suscitó entre la gente causaron una terrible impresión a la ni�aque entonces era Milisant.�Se lo merec�a�, �Estaba en su derecho de meter asu mujer en cintura�, �Se le ha ido un poco la mano.�Qui�n va a cocinarahora para �l?� y �Una mujer debe saber cómo impedir que su marido seenfade con ella�.Para la mente infantil de Milisant, la mejor manera de impedir todo eso erasencillamente no cas�ndose nunca.Teniendo el problema una solución tansimple, se preguntaba cómo no se les hab�a ocurrido a muchas mujeres m�s.Todav�a no le hab�an hablado de Wulfric de Thorpe, todav�a no sab�a quehab�a un contrato matrimonial que la obligaba a casarse con �l.De modo quese cre�a a salvo de esos maridos de mano dura; hasta que �l apareció ah�,afirmando con aquella arrogancia que iba a casarse con ella.Era un mentiroso, eso estaba claro, pero sus palabras la hab�an asustadoporque parec�a muy seguro de s� mismo.Adem�s, llevaba un mal a�o, a lolargo del cual hab�a descubierto que la mayor�a de las cosas que le gustaban leestaban vedadas.Tambi�n fue el a�o en que descubrió, o al menos lodescubrieron sus amigos, que ten�a un car�cter terrible y que, en lo sucesivo,tendr�a que aprender a controlarlo.El mentiroso tuvo ocasión de comprobarlo, pero cuando ella le ordenó quese marchara �l se hab�a quedado tan campante.Eso fue la gota que colmó elvaso.Iba a hacer que le echaran del castillo y que le cerraran las compuertasen las narices.Ella se movió para colocar a Rhiska en su percha y salir de las caballerizaspara llamar a un guarda armado que se encargara de aquel desconocido.Lapon�a furiosa que la hubieran ignorado.Despu�s de todo, ella era la hija dellord y ese hombre era un extra�o.Pero Rhiska notó su ira y reaccionóabalanz�ndose contra el extra�o.Milisant se llevó una sorpresa, mayor a�n cuando aquel tonto levantó unamano sin guante para protegerse del halcón.A�n no hab�a entrenado alanimal para cazar, y por eso a�n no sab�a que deb�a regresar cuando lellamaba.Sin embargo, todos los halcones son cazadores por naturaleza; sóloque no suelen atacar a las personas.No obstante, Rhiska picoteó la mano delmuchacho Milisant dio un paso al frente para decirle al animal que le soltara,pero el chico reaccionó atizando a Rhiska y lanz�ndolo contra la pared.El p�jaro murió casi al instante.Milisant no necesitó examinarlo para saberque estaba muerto, hab�a notado cómo se le escapaba el esp�ritu de la vida yaquello le hizo perder los estribos.Se arrojó sobre el muchacho, igual queRhiska, y quiso matarle.En realidad, no era consciente de lo que estaba haciendo, la pena la hab�aenloquecido; no se dio cuenta hasta que �l la empujó y salió despedida contrauna de las perchas de los p�jaros.Cayó sobre un pie, oyó el crujido de sutobillo y notó que el dolor la cegaba.El dolor de un pie roto era peor quecualquier otro dolor, porque sab�a que esas roturas no se arreglan, que sequedaba una coja de por vida.Y con los cojos nadie ten�a piedad, losignoraban, los consideraban hasta tal punto inferiores que pasaban a sermenos que un villano, se convert�an en mendigos.Pero no gritó ni emitió sonido alguno, tal vez por la impresión.Nunca supocómo hab�a soportado el dolor que le causó volver a poner el hueso en susitio, ni tampoco por qu� lo hab�a hecho, salvo por la terrible perspectiva dequedarse coja para el resto de su vida.Sus dos amigos hab�an corrido en busca de ayuda para llevarla a la torre yel extra�o se marchó.No hab�a vuelto a verle.Lo m�s irónico era que, comoella no hab�a emitido sonido alguno, nadie pensó que se hubiera herido degravedad, todo el mundo pensó que era una torcedura que se iba a curarr�pidamente.Sólo se hab�a enterado Jhone, con quien hab�a compartido su temor aquedarse coja.Tambi�n se lo hab�an ocultado al sanador del castillo, porquesu respuesta hubiera consistido en hacerle una sangr�a con sus sanguijuelas.Ni siquiera le hab�a examinado la lesión, pero sab�an que �sa era la cura querecetaba para cualquier enfermedad.Sus malditas sanguijuelas estabanrechonchas.Milisant estuvo tres meses sin poder andar, tres meses sin quitarse la botacon la que se hab�a comprimido el tobillo.Se la hab�a puesto porque parec�aque le aliviaba un poco el tormento, y luego no se la hab�a quitado.Incluso despu�s de que el dolor remitiera completamente, le daba miedodar un paso o examinarse detenidamente el pie.Sólo fue porque Jhone sequejaba de que le daba patadas con esa bota cuando dorm�an por lo que,finalmente, Milisant se la quitó y descubrió que, despu�s de todo, no iba aquedarse coja.A partir de ese d�a, Milisant elevó una oración diaria para agradecer que supie hubiera sanado y no hubiera quedado coja [ Pobierz całość w formacie PDF ]