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.Cuando el carrodejó atrás las estrechas calles de la aldea y llegó a la pequeña arboleda desde dondese veía claramente la casa, le dijo al conductor que siguiera el escarpado caminoparalelo al arroyo.-Sigue el curso del agua hasta que veas la casa del Banu Hudayl -dijo convoz temblorosa por la emoción.Nunca había imaginado que viviría lo suficiente para volver a ver su casa.Lá-grimas contenidas durante décadas escaparon con la serena furia de un río crecido,que desborda sus riberas.«Sólo son recuerdos», se dijo a si misma.Estaba convencida de que en el curso de medio siglo su espíritu se había secadode tal modo, que no quedaba nada dentro, pero ¡qué ilusoria podía ser la vida!Su primera mirada a la casa le demostró que la historia no se había borrado.Alcontemplar los paisajes familiares, recordó todo con tal viveza que volvió a invadir-ía el viejo dolor.Allí estaban el huerto y los granados.El caballo del carro dismi-nuyó la marcha, agotado por el viaje, y se detuvo a beber agua del arroyo.Ellasonrió.Aunque estaban en otoño, podía cerrar los ojos y oler los aromas del huerto.-¿Estás segura de que no te han visto? -preguntó él con voz nerviosa y excitada.-¡Sólo la luna! Puedo oír los latidos de tu corazón.Aquella noche no pronunciaron otra palabra, hasta el momento de separarse,en la madrugada.-¡Serás mi esposa!-No deseo otra cosa.Ella abrió los ojos y se recreó en los últimos rayos de sol.Todo seguía igual:allí estaban los gigantescos muros, la torre y las puertas abiertas, como siempre.El invierno se adivinaba en el aire y el olor de la tierra trastornaba sus sentidos.el agua cristalina del arroyo que cruzaba el patio para llenar los tanques de loshammam, con su suave murmullo, era tal como la había recordado durante todos29 aquellos años.El hijo de Abdallah, Umar, ahora era el amo de la casa.Zahra percibió una súbita tensión en los soldados cristianos que la acompaña-ban y pronto descubrió la causa: tres jinetes, vestidos con deslumbrantes túnicasblancas y turbantes, cabalgaban hacia ella.El carro se detuvo.Umar bin Abdallah y sus dos hijos, Zuhayr y Yazid, tiraron de las riendas desus caballos y saludaron a la vieja dama.-Que la paz sea contigo, hermana de mi padre.Bienvenida a casa.-Cuando me fui tenias cuatro años y tu madre siempre me decía que fueramás estricta contigo.Ven aquí.Umar desmontó y se acercó al carro.Ella lo besó en la cabeza.-Ahora, vámonos a casa -murmuro.Cuando llegaron a la entrada de la casa, vieron a los viejos criados esperandofuera.Zahra se bajó del carro y fue al encuentro de Ama, que se acercaba cojeando.-Bismallah, bismallah.Bienvenida a su antiguo hogar, mi señora -dijo Amacon lágrimas en la cara.-Me alegro de que estés viva, Amira, de verdad.El pasado está olvidado yno quiero que regrese -respondió Zahra mirando fijamente a la otra anciana.Luego la escoltaron hacia el interior, donde Zubayda, Hind y Kulthum le dieronla bienvenida.Zahra las estudió una a una y luego se giró a ver si Yazid la seguía.Allí estaba, así que le quitó el turbante y lo arrojó al aire.Aquel gesto alivió latensión y todos rieron.Zahra se arrodilló sobre un cojín y abrazó a Yazid.El niñosintió instintivamente que se trataba de un acto sincero y le retribuyó su afecto.-Tía abuela Zahra, Ama me dijo que te tuvieron encerrada en el maristan deGharnata durante cuarenta años, pero tú no pareces loca.Umar miró a su hijo con una mueca de disgusto y la familia entera se agitó,pero Hind soltó una sonora carcajada.-Estoy de acuerdo con Yazid -dijo-.¿Por qué no has venido antes?-Al principio no sabia si sería bien recibida -respondió Zahra con una sonrisa-.Y luego simplemente dejé de pensar en ello.Ama y dos jóvenes doncellas entraron en la sala cargadas con toallas y ropalimpia.-Que Alá la bendiga, señora.Su baño está preparado.Estas jóvenes la ayudarán.-Gracias Amira.Luego tendré que cenar algo.-La cena está lista, tía -intervino Zubayda-.Esperaremos para comer contigo.Ama cogió el brazo de Zahra y ambas cruzaron el patio, seguidas por las donce-llas.Hind esperó que se alejaran lo suficiente como para que no pudieran oírla.-Padre, la tía Zahra no está loca, ¿verdad? ¿Alguna vez lo estuvo?Umar se encogió de hombros e intercambió una breve mirada con Zubayda.-No lo sé, niña.Nos dijeron que había perdido la cabeza en Qurtuba.La envia-ron de nuevo aquí, pero ella se negó a casarse y comenzó a deambular a solas porlas colinas y a recitar versos blasfemos que ella misma escribía.Debo confesarque nunca estuve convencido de que su enfermedad fuera real, pues parecía dema-siado oportuna.Mi padre la adoraba y se apenó mucho con la decisión, pero IbnFarid era un hombre muy duro.Debemos hacer que sus últimos años sean felices.-Pero padre, ¿por qué no ibas nunca al maristan a visitarla? -insistió Hind,que no estaba dispuesta a cambiar de tema.-Pensé que podría ser demasiado doloroso para ella.A veces pensaba en ha-cerIo, pero algo me detenía.Mi padre solía ir a visitarla y regresaba tan deprimido,que no sonreía durante semanas.Supongo que no deseaba reavivar esos recuerdos.Pero ahora está aquí, hija mía, y estoy seguro de que contestará a todas tus pregun-tas.La tía Zahra nunca se destacó por su discreción.-No quiero que pienses que ignorábamos su existencia -dijo Zubayda-.Hastala semana pasada le enviábamos fruta fresca y ropa limpia todas las semanas através de Hisham, el primo de tu padre.-Me alegra oírlo -afirmó Yazid en un tono tan propio de un adulto que, pese30 a su disgusto, hizo reír a todo el mundo, y el mismo niño tuvo que girarse paradisimular su sonrisa.Si aún les quedaba alguna duda de la cordura de Zahra, ésta se disipó en eltranscurso de la cena.La anciana rió y habló con tal naturalidad, que parecía haberconvivido con la familia durante toda su vida [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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