[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Anduvo mucho tiempo entre mis papelesy duró más aquella esquela que mi amor por Catia: permanencia de la literatura.) Conversamos un poco en los esca-sos escalones y ella subió enseguida a su casa, tal vez como una medida preventiva contra lo ocurrido el día anteri-or (una historia de amor siempre se repite: primero como comedia, luego como tragicomedia), tal vez como defensapropia: de mi amor, del pseudosecuestro.No lo sé, sólo sé que ella se fue fugitiva.Por aquellos días ocurrió la boda de mi tío el Niño con Fina.La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de Monserrate(frente al cine América) y después se celebró una fiesta en la casi suite de Venancia en el primer piso, que se extendió,subiendo, inevitablemente a la placita frente a nuestro cuarto.No sé cómo ni cuándo pero allá se aparecieron Olga yCatia, entre otra gente, aunque ese día sólo importaba Catia para mí.La presencia de Catia estoy seguro que se debióa Olga, que comenzaba a interesarse por mi hermano, pintor que prometía, pero a la que también fascinaba nuestraexistencia, que ella veía como preciosamente artística surgida en un medio terriblemente hostil: perlas barruecas en71 La habana para un infante difuntoGuillermo Cabrera Infanteuna ostra hosca.Durante la fiesta hubo bebida y por primera vez en mi vida me emborraché.El alcohol y la presen-cia de Catia me hicieron bailar literalmente de alegría, yo que no sé dar un paso: mi baile fue una especie de zap-ateado zurdo, de absurdo baile jondo, de tap dancing demente que tuvo la vertiginosa virtud de asustar -tan inusita-do era que yo bailara- a Ready, que era la imagen fiel del perro bueno, inteligente y manso, y que por culpa de missaltos se convirtió en una fiera repentina y mordió a una niña visitante en su frenesí.Allí terminó la fiesta de boda, conmi madre furiosa peleando conmigo por haberme emborrachado y lo que era peor, según ella, haber hecho el ridícu-lo.No supe cuándo ni cómo se fue Catia (sin sentir la esencia de su ausencia) pero sí sé que no debí lucir muy bienborracho y bailando como un Pan endemoniado y que había presentado a Catia otra faceta de mi carácter que no meera favorable.Lo cual, para colmo, era falso: yo era lo contrario de un bebedor y los pocos tragos que hicieron faltapara hacerme bailar aquel zapateo desatinado demuestran cuán poco amigo era del alcohol.Pero ésta no fue, fatal-mente, la impresión que se llevó Caria -¿quién podía convencer a la niña mordida que Ready era un perro bueno?Sin embargo nuestra tercera entrevista fue la peor, no para Catia pero sí para mí.Ocurrió en una función de ballet en el teatro Auditorium.Yo había ido con mi madre y Carlos Franqui (quien ante-riormente me había dado el dinero necesario para ver mi primer ballet: lo digo al pasar pues me he propuesto no hablarde cultura pero es inevitable que lo apunte) y allí me encontré para mi deleite a Catia acompañada de Olga.La noche,sin embargo, se mostró tan movida como la tarde de la entrevista en el balcón barroco o la tarde de la boda beoda -yno me refiero al movimiento en escena.Como en las tragedias un mensajero repentino vino a decirle a Franqui quesu abuela había muerto en el pueblo y debía ir al velorio.Franqui no tenía dinero (tampoco teníamos nosotros, porsupuesto) para el pasaje y hubo que hacerle una colecta rápida entre todos los amigos y conocidos que estaban enel teatro para que pudiera coger un ómnibus esa misma noche.La colecta determinó mi ajetreo por todo el teatro(nosotros estábamos en el primer balcón) yendo de amigo en amigo.Para mi bien (a mis ojos) o mi mal (los de ella)tuve que ver a Catia che cerca más de una vez.Debo explicar esta doble visión.Yo me sentía muy bien viendo a Catia,pero de alguna manera mi cara debía mostrar los sufrimientos del amor no correspondido (y no la angustia ante lavicisitud de un amigo con una muerte en la familia y sin dinero) porque se veía en los ojos de Catia, que eran muyexpresivos, que ella me veía sufrir sin poder hacer nada aparentemente -y no creo que contribuyera a la colecta.Elballet, que vino a interrumpir mi infelicidad con la felicidad de la música y el movimiento de los cuerpos coreos, eraLas sílfides, en que intervenían Alicia Alonso, todos los miembros del corps de ballet femenino, más algunas alumnasde su academia y tal vez la encargada del edificio -y un solitario bailarín.Branly apenas me dejó ver el ballet con susintervenciones irreverentes.«Ese muchacho», me dijo señalando al bailarín único, «es un milagro si no sale afemi-nado».Cuando terminó Las sílfides, con la misma lentitud leve que había comenzado, moviéndose toda la troupe conpocos pasos, bromeó Branly: «Chopin no ha muerto», hizo una pausa para añadir: «Nada más está dormido», y otrapausa: «de aburrimiento».Todavía al salir y reunirnos todos para comentar las angustias de Franqui, amigo en apuros,Branly pudo intercalar: «Lo que no soporto de Las sílfides es su machismo», dijo definitivo: «Aunque no se puedenegar que Alicia Alonso sabe movilizar su Afrika Korps de ballet».Todos nos reímos pero yo menos que nadie porque,ay, Catia no estaba entre nosotros para reírse, sonreírse mona.Se había ido enseguida acompañada por su hermano(como hace una niña bien) y otros amigos desconocidos para mí, me aseguró Olga Andreu.Deseé con toda mi almaque entre ellos no se encontrara Jacobsen, el misterioso.No sé por qué pensé en Jacobsen entonces.Había oído hablar a Catia de Jacobsen varias veces.Casi siemprefueron comentarios al pasar, sin importancia, dirigidos siempre a Olga, como «Me llamó hoy Jacobsen», o «Vi, ayer aJacobsen», o «Va a estar Jacobsen».Pero en una ocasión Catia habló de lo atractivo (¡y en mi presencia!) que era eltal Jacobsen, hombre sin nombre, a quien yo no había visto antes, a quien no quería ver jamás, a quien no llegue aver nunca pero quien siempre se entrometía como un esbozo enemigo en mis proyectos de felicidad -era casi comola mano animada de la abuela de Catia.Tal vez esa noche ajetreada de la función de ballet que empezó mal, ella men-cionara una vez más a Jacobsen o lo hubiera visto en el teatro -aunque Jacobsen no me parecía persona posible degustarle el ballet, ni siquiera de oír música, mucho menos de apreciar la relación que había entre Catia y La plus quelente y ni remotamente capaz de encontrar la influencia de Debussy en la música cubana, no dudaba de que se pre-sentara de improviso, surgiendo de entre las sombras, un siniestro.¡El odioso Jacobsen! Tuve ganas de ponerme unantifaz de seda negra (en tiempo de carnaval) y acercarme al afortunado para invitarlo a probar mi amontillado y con-ducirlo a mis cuevas donde guardaba las paletas y el nivel -¿pero cómo reconocerlo? Hasta el día de hoy no sé quécara tuvo.Nunca supe tampoco si era simpático o sangrón, moderno o chapado a la antigua, inteligente o imbécil, queeran las categorías que importaban entonces.Tampoco sé qué tipo tuvo.¿Era alto y delgado o bajo y rollizo? ¿Llevababarba roja o pelo pajizo crespo? ¿Era Jacobsen danés legendario y remoto o cercano, familiar judío?La tercera vez que salí con Catia (la única vez verdaderamente, ya que las dos veces anteriores no había salidocon ella y el día de la boda de mi tío el Niño ella vino a la fiesta pero se fue sin mí, yo quedado con Baco y la furia demi madre) fue a ver Mientras yo agonizo (quiero decir, Mientras la ciudad duerme) al Riviera [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • centka.pev.pl
  •