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.Era un silencio que había conocido en el pasado, el silencio que hay usualmente antes de la batalla y la muerte.Cuando llegamos, había docenas de coches patrulla y furgonetas aparcados en círculo en torno al estadio, y guardias armados vigilando cada posible punto de entrada y salida.Se habían erigido barreras para mantener a distancia al público y a los medios.Había reflectores extraordinariamente brillantes enfocando los muros del estadio.Me lagrimearon los ojos ante el brillo de las luces, pese a la distancia, y tuve que detenerme y atarme una tira de tela gruesa alrededor.–¿Seguro que estás preparado para esto? – preguntó Alice, estudiándome dubitativamente.–Haré lo que tenga que hacer -gruñí, aunque yo no estaba tan convencido de mi afirmación como pretendía.Me encontraba en pésima forma, la peor desde mi viaje corriente abajo, a través del vientre de la Montaña de los Vampiros, cuando había fracasado en mis Ritos de Iniciación.La purga, mi hombro herido, el agotamiento en general y la transferencia de sangre habían minado la mayor parte de mis energías.Sólo quería dormir, no enfrentarme a una lucha a muerte.Pero en la vida, por lo general, no elegimos cuándo han de ocurrir los momentos decisivos.Sólo hemos de aguantar de pie y afrontarlos cuando llegan, sin importar en qué estado nos encontremos.Una gran multitud se hallaba congregada alrededor de las barreras.Nos mezclamos con ella, inadvertidos para la policía en la oscuridad y el gentío; ni siquiera Vancha y Evanna, con sus extraños atavíos, lograron llamar la atención.Mientras nos íbamos abriendo camino poco a poco hacia la parte delantera, vimos densas nubes de humo elevándose desde el interior del estadio, y escuchamos la ocasional detonación de un arma.–¿Qué está ocurriendo? – preguntó Alice a la gente más cercana a la barrera-.¿Ha entrado ya la policía?–Aún no -la informó un hombre corpulento con una gorra de cazador-.Pero hace una hora entró una avanzadilla.Debe tratarse de alguna nueva unidad de élite.La mayoría llevaba la cabeza afeitada, e iban vestidos con camisas marrones y pantalones negros.–¡Y tenían los ojos pintados de rojo! – exclamó un muchachito con voz ahogada-.¡Creo que era sangre!–No seas ridículo -rió su madre-.Sólo era pintura, para que el resplandor de las luces no los deslumbre.Retrocedimos, preocupados por aquella nueva información.Mientras nos íbamos, oí decir al chico:–Mami, una de esas mujeres iba vestida con cuerdas.Su madre respondió con un brusco “Ya basta de inventar historias”.–Parece que teníais razón -dijo Alice cuando nos hallamos a una distancia segura-.Los vampcotas están aquí, y, por lo general, no van a ninguna parte sin sus amos.–¿Pero por qué los dejó entrar la policía? – pregunté-.No puede estar trabajando para los vampanezes… ¿o sí?Nos miramos unos a otros, indecisos.Los vampiros y los vampanezes siempre habían librado sus batallas en privado, fuera de la vista de la Humanidad.Aunque ambos bandos se hallaban en pleno proceso de reclutamiento de un selecto ejército de ayudantes humanos, mantenían la guerra en secreto para los seres humanos en general.Si los vampanezes habían roto esa ancestral costumbre y estaban trabajando con fuerzas humanas profesionales, eso señalaba un nuevo y preocupante giro en la Guerra de las Cicatrices.–Aún puedo pasar por agente de policía -dijo Alice-.Esperad aquí.Intentaré averiguar algo más.Avanzó, deslizándose entre la multitud, y atravesó la barrera.Fue inmediatamente interceptada por un policía, pero tras una rápida e inaudible conversación, consiguió que la llevaran a hablar con quien quiera que estuviese al mando.Vancha y yo aguardamos ansiosamente, mientras Evanna permanecía tranquilamente cerca.Me entretuve analizando mi situación.Me encontraba débil, peligrosamente débil, y mis sentidos se estaban descontrolando.Me latía la cabeza y me temblaban las extremidades.Le había dicho a Alice que estaba preparado para pelear, pero, con toda franqueza, no sabía si iba a ser o no capaz de defenderme.Habría sido más prudente retirarme hasta recuperarme.Pero Steve había forzado esta batalla.Él era quien movía la batuta.Tendría que luchar lo mejor que pudiera y rogar a los dioses de los vampiros que me concedieran fuerzas.Mientras esperaba, empecé a pensar de nuevo en la profecía de Evanna.Si Vancha y yo nos enfrentábamos a Steve esta noche, uno de los tres moriría.Si ése fuera Vancha o yo, Steve se convertiría en el Señor de las Sombras y los vampanezes gobernarían la noche, al igual que el mundo de los humanos.Pero si Steve moría, sería yo quien se convirtiera en el Señor en su lugar, volviéndome contra Vancha y destruyendo el mundo.Tenía que haber alguna forma de cambiar eso.¿Pero cómo? ¿Intentando hacer las paces con Steve? ¡Imposible! No lo haría aunque pudiera, no después de lo que les había hecho a Mr.Crepsley, a Tommy, a Shancus y a tantos otros.La paz no era una opción.¿Pero qué otro camino había? No podía aceptar el hecho de que el mundo estuviera condenado.No me importaba lo que dijera Evanna.Debía haber un modo de impedir la llegada del Señor de las Sombras.Debía haber…Alice regresó diez minutos más tarde, con expresión sombría.–Están danzando al son de los vampanezes -dijo sin ambages-.Me hice pasar por una inspectora de fuera.Les ofrecí mi ayuda.El oficial al mando dijo que lo tenían todo bajo control.Les pregunté por los soldados de las camisas marrones y me explicó que eran un cuerpo especial del gobierno.No dijo mucho más, pero me dio la sensación de que estaba recibiendo órdenes de ellos.No sé si los han sobornado o amenazado, pero son ellos los que mueven los hilos, de eso no hay duda.–¿Así que no pudiste persuadirle de que nos dejara entrar? – preguntó Vancha [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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